principio ni fin para el aue camina, ni hallará su fuente el sediento, ni hallará su pan el ham- briento, ni será juzgado cada cual según sus obras; porque no será dado el perdón ni se apli- cará el castigo; ni penarán unos nNi se recobi- jarán los otros, ni verán mis hermanos el día del ajuste de cuentas. Perque El se regocija en su Creación, y El danza y salta y juega y ríe y llora según su vo- luntad y El hace y destruye mundos como jue- ga tu dedo en el polvo y por azar convierte en hada el universo de una hormiga. Y, he agu, yo creo en Dios. Como nacen negros los hombres, como cru- za una estrella muerta el espacio, como tienen algunos verdes los ojos, como el número de ca- bellos en tu cabeza se determinó: por azar, he aquí he nacido para creer en Dios. Y está bien: amaré el camino, y la senda que persigo, y no veré Ni su comienzo ni su final, y en esto soy sabio: he concluído por ignorarlos. Desde Panamá, y siguiendo meticulosa y desvergonzadamente el camino de los Conquis- tadores, un buen día se inició en el Continente la segunda e igualmente macabra marcha de la Peste Negra. Idéntica a la que asolara Europa unos si- glos antes, provocó una diarrea política furiosa en Colombia y acabó con la memoria de Ma- condo —Requiescat In Pace— prosiguió bajan- do por Talara, donde convirtió en teas las to- rres de petróleo, entró en Piura despatarrando a los clientes de la Casa Verde y en Lima me- joró la cosa, porque siendo ella siempre la Ho- rrible, una mortandad sin paralelo sólo sirvió para aclarar el ambiente: el señor Cardenal se dedicó a recorrer las calles a pie y sin su Cadi- llac enorme ni sus capas color sangre, sino en camisa. cosa nunca vista. En lugar de descender al desierto, La Peste se lanzó con renovados bríos a la conquista del Lago Sagrado, aunque habrá de aceptarse que la ascensión le hizo disminuir los espacios de territerio conquistado cotidianamente. Como la europea, también ésta pareció ajustarse al pa- so de un hombre que, en tales alturas, debió ceder en tiempo el esfuerzo preciso para am- bientarse. Después, ya en la altiplanicie, de- mostró en dos días que no había perdido nada 33