rueda de la eternidad inicie con una primave- ra el mismo juego. Danzan en el espacio negro los parpadeos silentes, y lo que es, es, y la ver- dad es una víbora que se muerde la cola. Y el grito humano de terror y espanto, y de angustia y desesperación, como la voz del que es justo y de aquel que es dueño de la senda verdadera, viven por sí mismos y están en los vientos del universo, y juegan como el polvo que viene del sol, caprichosa y eternamente, para posarse en las gargantas lastimadas de los hombres. Así ha sido, es y será. Y está bien la muerte del niño por hambre. Y está bien, y cabe, la pupila muerta de los cie- gos; y debe ser, y es, y será para siempre, el vacío que sienten dentro de sí mis hermanos, y su angustia y el amargo gusto en la boca que les planta la vida en sus días; y el hambriento está bien, y el sediento está bien, y el lacerado está bien, y el inocente que clama justicia sin obtenerla jamás está bien, y el caminante que espera alcanzar la sombra de su árbol sin al- canzarla jamás, está bien. Porque he aquí que dos y dos no son cuatro, ni el día sigue a la noche, ni el que cree merece recompensa, ni el descreído sufrirá castigo ni tortura. Porque la lágrima y el alarido son porque son y nada tras ellos, ni delante de ellos, ni sobre, ni debajo, ni antes ni después de ellos fue, es ni será testi- monio de ellos, ni guardan armonía entre sí el llanto de un recién nacido, el filo de la espada ni el suspiro de un poema. Y al que sufriere laceración yo digo: tu me- moria será preservada, pero tu dolor no ali- menta simiente alguna. Y al que buscare, yo digo: alacrán serás, y volteando la cabeza, mor- derás tu cola, y tu memoria será como la voz del que fue primero y del que será último, ra- yo de luz entre espejos paralelos que a sí mis- mo se devora. Y al que trabaja y espera y se desvela y se nutre del testimonio de los otros porque se sabe justo, yo digo: bien harás en cerrar tu tienda y permitir en silencio sosega- do que tu cuerpo y tu alma se hagan roca y te niegues, porque no existe mar que satisfaga tu pocillo con su abundancia. Y digo al que llo- ra: antes se agotará tu dolor que los amanece- res que llegan sin clemencia. Y al que pide: finge que te fue dado. porque nada te será da- do. Y al sembrador: la cosecha es viento, y el fruto, sal. Y al caminante: baia la vista v ha- lla que tu pie jamás dejó huella. Y, en fin, al que espera: iamás vendrá, morirás abandona- do. Y al que busca: vas como el niño que per- sigue la mariposa inventada; abre los ojos. de- tente, mira: nada hay, ni hubo ni habrá. Y al que ora: como granizo, tus pensamientos cae- rán sobre tu cabeza hasta emblanquecerla y na- die nunca los Jeyó. Y al que cree: he aquí, yo creo en Dios. Porque no hay virtud ni vicio en la fe: ni es buena ni mala la esperanza, ni exis- te razón de ser en la sed de justicia: ni hay e