Arturo von Vacano LA FE (De “El Apocalipsis de Antón”) Y, pues que es necesario decirlo, yo creo en Dios. No pudiendo decir otra cosa, ni llevar otra cosa a mi progenie, ni pudiendo hablarles al oído cuando muere la tarde al amor de la lumbre, ni sabiendo en realidad qué será de cllos, ni escuchando sus voces cuando tienen hambre, ni cuando ríen, ni cuando lloran ate- rrados ante las sombras de la noche, ni cuando se quedan estáticos mirando la luz de una ve- la. adivinando tras ella la vida y sus misterios, debo decir a todos los hijos de todos los hom- bres, que llevan el mismo rostro que los míos y sufrirán los dolores y las penas que cuadran al esqueleto y sus cubiertas de carne, y sudor y lágrimas y esperanzas y tristezas y esperan- zas y vacíos silenciosos: Y he aquí, yo creo en Dios. Puesto que de mí nadie se reconocerá car- ne, ni rama, ni simiente, ni bruto, ni nombre, ni rostro, ni sangre, ni pena, debo hablar a to- dos, apelando a la hermandad de los hombres, tanto y tanto negada, pero evidente, que soy en mí mismo y donde se posa mi sombra, él testi- monio de la fe simple y sencilla, carente de li- bres, de símbolos de Dios propio y de fe pro- mulgada y ofrecida al hijo del hombre, al hom- bre mismo como agua al sediento, pan al ha-- briento, consuelo a todos y muerte para el can- sado, debo ofrecer, digo, mi palabra: yo cr- en Dios, Dios es, existe, y el sol no es más que el Ojo resplandeciente de Aquel que es. Pero los desventurados sufridores de injus- ticias, y los tristes, los hambrientos, los vacíos y los fríos no hallarán consuelo en mi voz ni be- berán el perfume de la esperanza, porque no es la esperanza el eco de que soy mensaiero, ni he entrevisto en mis días la justicia, ni he sentido la dulzura del pan para el desposeído; he aquí que soy el mensajero, y mi bastón agota los se- gundos de la eternidad, y mis manos son sar- mentosas porque la sabiduría se posa en mí co- mo ave negra, pero no predigo ni felicidades ni reposos. ni orden, ni castigos, ni premios, ni 30