Jaime Saenz 1A G N EOS En popa Me quedé un gran rato en popa. Este mundo de agua y de oscuridad era propicio a mi es- tado de ánimo. Ahora me sentía de veras en el mar, y podía mirarlo de cerca, en la misma medida en que el mar se aparta- ba de mí. Era éste un mundo en el cual yo podía orientarme con facilidad, desde que la popa, según una sensación muy mía, era el sur, y la proa, el norte. Sur y norte, eran para mí lo mis- mo que popa y proa; y decidí, supersticiosamente, a partir de aquella noche, acogerme al influjo del sur, que había de ser el punto cardinal de mi destino, en la certeza de que sus virtudes sobrepasaban con mucho a las de cualquier otro signo, precisa- mente, debido a que el sur era la popa: un rincón del mundo, ignorado y olvidado, siempre solo y siempre oscuro, en oposi- ción a la proa, el norte luminoso del mundo, en que la vida y la esperanza podían sonreir. Y este contraste, seductor, se daba aquí, en el mar solamente, de tal modo, que uno era dueño de elegir su destino a voluntad, con sólo situarse ya en la proa, ya en la popa, cual jamás podría darse en tierra firme, en el mundo propiamente dicho. En realidad, yo estaba apartado del planeta; me hallaba en algún lugar, al sur del mar, al sur de un punto, situado al sur de mí mismo; al sur del mundo y más allá de él, en la región más extrema, la más alejada de un mundo, que tan sólo podría encontrarse allá donde me encon- traba yo, o sea aquí, en la popa. La interminable oscuridad del océano era presentida en medio de las tinieblas; y, de algún modo, conformaba una si- metría, muy particular por cierto, con el espíritu de una can- ción, que recordé fugitivamente en aquel momento, repitiendo estos versos: “A medianoche, sentí del mundo el último adiós — se internaban en las tinieblas mis pensamientos, y cuando buscando alguna luz de sosiego alcé mis ojos al cielo, ninguna estrella me sonrió...” Milagrosamente perdidc en la inmensidad del océano, este océano que se perdía en las tinieblas era algo que yo había co- nocido en lo remoto, que recordaba haber visto no sé dónde, no sé cuándo, no sé en qué cscuro lago de mi alma. Y me confun- día con la naturaleza de este país, era como un grano de are- na en espera de su hora, y entonces mi alma se quedaba sin alma, ella me contemplaba en aquel país de océanos y de tinie- blas y de eternidad anunciando mi próximo retorno. Yo existía tan sólo por causa mía, de lo ilusorio que yo era, plasmado bajo el signo de la vida, en un milagroso momento. Este país había nacido al mismo tiempo que yo, el propio momento de 9frecer- se a mis ojos. El país de agua y de tinieblas era tan mío como mi cuerpo, y vivía de la misma manera que éste.