dos bajo ese mismo cielo y ese mismo aire. El ruido del hombre no tiene que vencer ningún obstáculo para propagarse en ese ambiente. El viento, convertido en brisa, es portador, ahora, de sones suaves y de nostálgicas melodias. Los riachuelos murmu- ran y la lluvia golpetea sobre el suelo y sobre las hojas de los árboles. Un mundo apacible y grato al oído se desenvuelve sin solución de continuidad, invitando a una actividad plácida. El hombre y su ruido se confunden con esta graciosa ternura y nace la copla entre los enamorados. El ruido del hombre es, en- tonces, consecuente con los sentimientos profundos, pero tran- quilos, que quiere comunicar y transmitir. Adviene la picardía, la risa y el buen humor, como también el llanto. Los hombres, menos endurecidos, cantan y aprovechan de su ingenio para acompañar al murmullo del agua,:al canto de los pájaros y para llorar de júbilo cuando el cielo se ennegrece y centellean los re- lámpagos. Ha desaparecido el silencio porque ha desaparecido la desolación. El ruido, enriquecido por su goce de sonar, pare- ciera insinuar al. hombre que no lo imite y que tampoco se le oponga, por el contrario, el ruido que es capaz de hacer el hom- bre es ya parte de ese ambiente sonoro total y abarcante de los valles. Hacia los llanos bolivianos, nacen los torrentes. El cielo se oscurece por la espesura de los árboles. El calor y la humedad del aire magnifican la opresión que ejerce la naturaleza. Insó- litos insectos que devoran la carne humana, como si fuese una lepra, animales feroces que emergen de las tinieblas, serpientes y extrañas enfermedades, han sometido al hombre de un modo irreversible. Toda planta, tedo animal es un desconocido dios cuyos propósitos todos ignoran. Y el calor, despiadado, se pega a la piel y penetra por los ojos hasta las entrañas. Sudan las bestias, suda el aire, y en este mundo casi onírico, suena todo. Todo vibra y se agita con los más tremendos impulsos vitales, sonando despiadadamente. Si en el altiplano es el silencio el que lo abarca todo y se describe a sí mismo a través del viento, aquí es el ruido el que lo abarca todo. Rugidos de bestias, el cantar incesante de los pájaros y, al atardecer, el violento ruido de los insectos. Todo este pulso vital que vibra eternamente se pro- paga a través del aire húmedo y cálido, llevando consigo, no ya un ruido blanco o coloreado, sino una síntesis de todos los rui- dos posibles, yuxtapuestos en un contrapunto imposible de des- cribir o de imaginar. El habitante de los llanos ha de soportar este abrumadorpeso del ruido con actitud sumisa. Podrá hacer sonar miles de tambores, sin acercarse por ello al ruido que lo circunda. Bajo estas circunstancias, el ruido del hombre se manifes- tará sólo por la mimetización, por el deseo de confundirse y coo- perar con ese opresivo mundo sonoro. El hombre de los llanos gritará, imitando los ruidos que oye, en lugar de cantar. Sus instrumentos repetirán aquellos mismos ruidos con la violencia y el vigor requeridos. Esta es una tentativa de ilustrar el mundo sonoro de Boli- via. Esta es la materia prima con que, posteriormente, deberá confrontarse la respuesta musical, ya como un arte elaborado, del pueblo boliviano. Durante la colonia, se importó al territorio que hoy es Bo- livia toda la práctica musical de la Europa de ese entonces. Las ciudades de Potosí y Sucre eran verdaderos centros de práctica y difusión musicales. Se fabricaban instrumentos y se contaba con talentosos y fecundos compositores como maestros de capi- lia. Sin embargo, este uso musical era el resultado de otra cul- tura y de otra concepción sonora. En estos términos, su influjo fue mínimo en la práctica musical de los pobladores aborígenes. No se adecuaba a la respuesta musical que ellos se habían plan- teado como una solución a las exigencias de su mundo sonoro. En todo caso, el resultado único de la práctica musical europea, en el territorio boliviano, fue la aparición de la música criolla. Desgraciadamente, si bien esta nueva música se adecuaba ple- namente a las exigencias del mundo sonoro, no condujo a la aparición de una música más elaborada y se perdió, con el adve- nimiento de la república, toda la tradición y la práctica musical de la colonia. Quizá esta pérdida, que impidió la formación aca- démica de compositores bolivianos, no permitió un planteo pro- fundo y encauzador para la música. La práctica de la música criolla, para los habitantes ciudadanos, se extiende a lo largo 17