El ruido que produce el viento del altiplano y de las monta- ñas bolivianas, encuentra en su ímpetu o en los accidentes con los que tropieza una vasta posibilidad de colorearse. Desde aque- llos ruidos sibilantes, tan próximos al sonido de una flauta, has- ta aquellos ruidos violentos ccmo si se tratase de un torrente, el viento pareciera un gigantesco instrumento que resuena en ese dilatado ámbito .del silencio. En la amplitud del paisaje, emerge el ruido del viento sin ubicuidad alguna, pareciendo a veces que persigue al silencio y otras que es perseguido por él. Por ello, un visitante atento a estos ruidos busca con cierta avi- dez el lugar en que se produce tal o cual ruido, sin nunca poder precisarlo. Y este ruido, casi milagroso, en su intento de esca- par de la ansiedad con que la quietud y el silencio quisieran apo- derarse de él, ejercita un enloquecido desplazamiento que lo lle- va hacia los valles, a resonar en otro ambiente, para luego des- aparecer en aquel aire más cálido. Bajo estas consideraciones, nos será ahora más compren- sible el fenómeno musical del altiplano. En efecto, el hombre altiplánico buscará previamente ubicarse musicalmente en el mundo sonoro que lo rodea. Ya hemos hecho alusión a la falta de ubicuidad de los ruidos del viento, por ello el altiplánico se inclinará por crear grandes masas de sonido, volúmenes esta- bles y persistentes de sonido. No requerirá de un gran despla- zamiento físico al hacer su música. Este es uno de los factores determinantes para el estatismo de las danzas altiplánicas y pa- ra la rigidez rítmica. Por estas caracteristicas la música tradi- cional de esta zona de Bolivia es vigorosa, porque busca oponer- se al ambiente sonoro que la circunda. Desconoce los factores de la dinámica musical (gama existente entre la oposición de sonidos fuertes y sonidos suaves), porque requiere de un nivel estable en su masa sonora que le impida perderse en la distan- cia. Y, finalmente, la práctica musical (el hecho de tocar) se dilatará en el tiempo con el fin de vencer al silencio. Aquí cabe preguntarse el por qué de la falta de instrumen- tos de cuerda en estos sólidos conjuntos musicales altiplánicos. Sin duda, uno de los orígenes del arte es la imitación. Y ¿qué ruidos puede imitar el altiplánico? No otros que aquellos que produce el viento, puesto que esa, y no otra, es la relación del sonido que tiene el habitante de esta región. Ese es el rui- do que conoció y con el que pretenderá comunicarse y explicar su mundo emocional. No es difícil entonces comprender que así como el viento pulsa el silencio del altiplano para crear un ruido que transmite algo que no sabe qué es, pero que habla del rui- do como si fuése una presencia casi divina, así los hombres buscarán crear un viento que diga aquello que ellos quieren que se diga. Y venciendo sus escrúpulos y, en cierta medida, imi- tando el ruido que oyen, hacen de sí mismos creadores de soni- do con el soplo que ellos pueden producir. Por lo tanto, el hom- bre altiplánico imita su mundo sonoro en tanto que productor de su ruido, y se opone a él en tanto que creador musical. Co- mo productor de ruido imita al viento, como creador musical suscita una presencia sonora destinada a vencer al silencio, ubi- cándose estáticamente en el espacio para que su ruido no se vea desplazado por el viento. En los valles, el mundo sonoro es menos hostil y más su- gestivo. Pues al viento se suman otros ruidos, el canto de al- gunos pájaros, el ruido de los riachuelos y un nuevo misterio: el eco. En el eco está la posibilidad de la comunicación a través del sonido. Un hombre solo, ya no lo está si puede dialogar con su propia voz. Este mágico resonar del sonido, predispondrá a' canto y a la danza, no ya ritual y estática, sino a la danza mo- vida y amatoria. La fecundidad misma de la tierra valluna, abierta a cualquier semilla, formará un hombre más extraver- tido y susceptible a los influjos exteriores. Y el primer influjo será, sin duda, el del altiplano. Sones y ritmos, ablandados por el coloquio y el canto, responderán al modo adusto y severo de las concepciones musicales del altiplano. Nada es rígido en este ambiente. En las noches claras y abrigadas, el canto de los gri- llos y de las ranas ahuyenta al silencio por su bucólico modo de sonar. Y la presencia de estos ruidos hará que el hombre pro- longue su actividad hacia la noche, departiendo al abrigo de es- te insólito sonar de las cosas. La noche es más íntima y por ello mismo hace que se extraviertan los sentimientos más hon- dos. La noche ayuda al canto y el canto se enriquece con el eco, alegrando el corazón de aquellos hombres lejanos, pero cobija- 16