Y penetrando un poco más en el alma conquistadora en- contramos un extraño conjunto de ideas y pasiones que hacen de la colonia la cosa más típica y trágicamente interesante de la historia. Hay la sensualidad característica; hay también la melancolía superior; hay el orgullo infecundo y perezoso, y la fantasía desordenada; hay la religiosidad que pronto es fana- tismo, y que da las más extrañas flores como pasión y senti- miento cuando se combina con la sensualidad propia de la raza; hay también el espíritu de aventura; pero no es por saber ni gozar de lo nuevo y lo ignoto; es simple sed de oro, y que no es jamás un alto ideal humano. Hay también la crueldad helada y consciente junto a la pasión más' ardiente y ciega. Quedan sin embargo en el fondo algunas calidades que compensan todo lo negativo de la raza. Una invencible tendencia a la grandeza que cuando no hay suficiente seso, se traduce en quijotismo, y cuando lo hay, en cierta probidad moral, que hacía decir a Mon- tesquieu que el mercader más honesto era el español. Luego un raro sentido común para comprendef las cosas, aunque no pa- ra aplicarlo en la vida diaria y ordinaria. La pasión o la pere- za ha anulado siempre en el español la clara visión de su buen sentido, que en su tiempo ha sido uno de los más altos de Europa. No resistimos a la tentación de señalar aquí una observa- ción que podría ser de algún interés para la psicología de la historia: históricamente, el español ha debido digerir siem- pre mal. Capítulo LI ú Y la energía nacional está hecha de todos los elementos po- sitivos y negativos que aparecen en el carácter nacional. En- tonces, era preciso enseñar a conocer primero éste, si se pre- tende, como pretendemos, instituir todo arte, toda ciencia y to- do gobierno pedagógicos en resortes y despertadores de esa energía nacional. Pues es preciso comenzar a darse cuenta ya de que el boliviano, sobre todo a la nueva luz de nuestras in- vestigaciones y estudios, y sobre todo aquel que forma el fondo mismo de la nación y de la raza, aquel que está destinado a ha- cer la nacionalidad misma, el boliviano, decimos, es una entidad aparte, tanto más especial y distinta, cuanto más profundos y personales rasgos característicos acusa en todas las manifes- taciones de su vida, pública como privada. Y es vano el sueño de los bovarystas distribuídos en todos los compartimientos de la administración y de la instrucción públicas, pretendiendo hacer del boliviano todos y cada uno de los tipos de superiori- dad humana que se encuentran fuera de Bolivia. Es así, por ejemplo, cómo continuamos insuflando en el espíritu de nues- tras generaciones, la manía del arte, y es justamente aquí don- de la ignorancia de nosotros mismos y la más completa indi- rección de nuestras ideas se manifiesta escandalosamente. No se hable de música, de pintura, de escultura, arquitectura u otros artes inferiores y múltiples, tratándose de los cuales la ignorancia es tan completa, que no existe ni una lejana noción de todo ello. Y así también para la orfebrería, el grabado, las artes escénicas y coreográficas, la decoración, la declamación, el arte del bien decir, el mueble, el vestido, etc., todas artes secundarias de cuya cultura no existe ni el más lejano rudi- mento entre nosotros. Es cosa infinitamente grotesca oir juz- gar a nuestros más finchados personajes, de artes grandes y menores, o encontrar a nuestros pseudoartistas arrastrando su insondable inepcia y su más completa impreparación a través de museos y academias europeas, soltando graves juicios aje- nos y lugares comunes. Pero vengamos al arte de escribir que es el que parece prosperar más y el que nuestra añeja educación parece favo- recer y fomentar mejor. Hay tal carencia del sentido de este arte, y no sólo en Bolivia, sino también en la mayor parte del continente, que es un asombro no poder encontrar durante si- glos de literatura sino rarísimas páginas —rari nantes—, que realmente se puede leer sin violencia y sin disgusto. En los más lo que se revela en seguida es la más completa pobreza mental. Son prosas y versos en que hay el pensamiento de to- dos menos el del autor. Asombra hasta donde puede llegar la infecundidad mental. En otros en que parecería existir alguna materia propia, la falta de cultura es tal que todo género de vicios intelectuales anula o daña la producción. Es la indiscipli- na y desorden de las ideas, la confusión, lo incompleto o indi- gesto de los conocimientos, la inexperiencia en el manejo de las nociones generales y —vicio fundamental— la falta del propio dominio en la personalidad intelectual. Luego viene otro géne- ro de deficiencias morales. Pues hay que saber que existe tam- 8