Capítulo XLI El grande error de aquellos que no han encontrado una manifestación característica en nuestra nacionalidad proviene de que siempre han considerado como objeto de sus observa- ciones y deducciones a nuestro blanco sudamericano y especial- mente boliviano, o puro del todo o casi puro (no se sabe). Co- mo es el único que hasta ahora habla y escribe y manifiesta una apariencia de vida sobre todo política, ha embargado siem- pre la atención de los pocos pensadores que de “nosotros se han ocupado. Reconstituyamos un poco la historia. En el primer momento de la colonia, que también es el primero de la conquista, el blanco recién desembarcado en Amé- rica, significaba y era de hecho todo para el blanco. Entre el colono y el autóctono existía mayor distancia que el mismo océano entre sus dos patrias. Una incomprensión radical sepa- raba a las dos sangres. No sólo existía la grande disparidad de razas que comportaba consigo la disparidad de historia, de educación y, en una palabra, de la organización misma de las fuerzas étnicas de cada uno; había también, según nosotros, una inferioridad radical y obstacular, bajo el punto de vista s téticamente humano, de parte del español, y que le híacía inapto para servir cualquier interés de la vida más o menos trascendente. El español, doquicra iba, llevaba consigo un ger- men de inmoralidad y de descompcsición históricas, que por lo demás no sólo manifestó de su parte en América, sino en toda su historia contempor£nea de entonces, y que se puede com- probar todavía en su misma historia contemporánea de hoy. El español no solamente ha hecho en la América lo que en la América ha hecho; también lo ha hecho en Flandes, en Sicilia, en ltalia, ha pretendido y tentado hacerlo en Inglaterra, y donde ha puesto históricamente la mano, se han dado los mis- mos resultados y se han comprobado las mismas experiencias. ¿ Y qué era ello? Aceptames que el español llevaba consigo a donde iba una sombría pasión destructora de la vida, y que era ceguera de inteligencia para concebir un interés superior y al- tamente humano. Seguramente con los reyes católicos se abre en España un período de expansión vital para el hombre y para la raza. Pero hay algo malsano en este brote de fuerzas que más tarde han de transformar la historia. Si se examina en un momento se- mejante a cualquiera otra raza realmente superior, pronto se ve que el momento histórico de su florecimiento coincide tam- bién con la aparición de una grande idea o de un gran senti- miento que se encarna directamente en la raza, y que constitu- ye misión histórica para ella, y es a la vez por sí y en sí un grande elemento o resorte creador o conservador de vida. To- mad a los griegos o a los ingleses. Siglos los separan; sus san- gres son distintas; pero tienen en común que ambos alcanzan instantes de expansión histórica que les dan una real suprema- cía sobre parte considerable de la humanidad. ¿Y qué hay en la sangre de cada una de estas naciones? ¿Cuál es el resorte maestro de toda su historia? Grecia es todo el pensamiento humano, hoy más vivo que nunca; Inglaterra encarna toda la acción humana en su grado supremo; y pensar para la una, y obrar para la otra, son dos misiones históricas, a cuya realización consciente y subconscientemente se subordi- na toda la historia de las dos naciones. Y es esto que ellas lle- van, cuando llega el momento expansivo, a sus colonias y a sus conquistas, et in hoc signo vincunt. En España no existe cosa semejante. Nos preguntaríamos ¿cuál es y ha sido la misión histórica de España? La flor de su pensamiento es el molinismo; y st obra maestra es la conquista de América. Buscad en su histo- ría la gran misión jurídica como en Roma, o el fondo ético del alma germana o el instinto y vuelo metafísico-religioso del hin- dú; nada encontráis que se pueda traducir como contribución honesta y directa de la obra solidaria de la especie y como cola- boración a la grandeza o a la felicidad humanas. España no en- carna ningún ideal, y si lo encarna tal vez es uno negativo, el de crear el sufrimiento y tender a destruir la vida, lo que po- dría servir oblícuamente los intereses de la vida, interpretán- dose como tónico y reactivo de la misma. Esto significa el blanco español en Sud América; porque también es preciso concretar las denominaciones; y cuando ha- blamos de la influencia blanca en el continente, no hay que confundir dentro de un ancho concepto genérico del aryano, las diferencias específicas, que en cierto modo son sustanciales, co- mo lo hemos visto y lo vemos.