metafísico y admirable del alma búdica.. Sin embargo su in- ventiva y sus concepciones dejarían, como dejan, boquiabier- tos y estupefactos a los sabios de todos los tiempos y de todas las tierras. Dos solos hechos de diferente orden, uno histórico y otro prehistórico, os darán la medida. La organización polí- htica, social y-religiosa del imperio incásico, el cual en punto a una ética trascendente y a una final eudemonía humana, deja 2 las repúblicas de Platón y de Roosevelt tan atrás y tan le- Jos, que la una se queda como un ensueño genial de niño y la otra como un violento y sufrido esfuerzo de hombre. El otro hecho revela una tal potencia arquitectónica, conceptora y constructora, que literalmente desborda y sale de los límites de la inteligencia europea: he nombrado Tiahuanaco. ¡Este es el indio y esto ha podido su inteligencia creadora y organizadora un día; y es en esto, asombro de los viajeros y pensadores más eminentes, que el cretinismo de todo tiempo no ha visto sino una estupidez de acémila! ¡Triples cretinos! Necesitamos combatir con todas fuerzas y de .todas veras esa labor altamente anticientifica y barbarizadora de los difa- madores de la raza que en su mal tartamudeo científico y en peor castellano osan poner su opinión de vulgum pecus al fren- te de la de un d'Orbigny o de un Middendorf. Continuemos. E El indio parece haber dejado -siempre de lado todo lo que en la inteligencia humana puede llegar a ser fuente de gore mental o estético. Parece no haber concebido jamás una im- portancia excepcicnal y superior a las tuerzas mentales, de las que se ha servido como de cualquier facultad humana, sin pre- dilección ni especialización. Pensar es útil cuando es necesario, y basta. En cuanto a adormirse en la contemplación de imáge- hes y entregarse al fecundo far nulla en que germinan los cas- tillos sistemáticos y los edificios ideales, el indio nunca quiso , entender nada. Porque el indio no es ni ha sido probablemente jamás, lo que hoy en ridículo estilo se llama un intelectual, y que constituye hoy, digamos de paso, la forma más repugnan- te de la pereza sudamericana. Siempre dentro de las probabili- dades inductivas, buscad entre los indios cualquier cosa, pero nunca hombres de letras a la moderna, poetas de oficio (¡qué antifrase!), pensadores a sueldo, filósofos asalariados y toda esa flora morbosa de intelectualismo que es hoy el signo más irrecusable de la degeneración europea. Lo que se podrá encon- trar en el indio, retrospectivamente, son tal vez estrategos, le- gisladores, ingenieros, (las grandes estradas incásicas sólo comparables hoy con los grandes trabajos de Suez, del Sim- plón o del Nilo, y que superarían a los similares romanos), profetas tal vez, edificadores de imperios, rectores de razas, y nada más, o poco más. Buscad en el alma primitiva del indio algo de la simplicidad y grandeza romanas, algo del espíritu sesóstrico; pero nunca el histrionismo del gréculo decadente o el hedonismo del muelle bizantino. Esto no existe en el indio de hoy ni el de ayer, y es en esto justamente que se diferencia st humanidad de la histórica civilización desarrollada en la taza del Mediterráneo. Una extraña rigidez y una superior severidad ha debido ser siempre el fondo de la naturaleza interior del indio. Aun en los momentos de mayor prosperidad y grandeza públicas, el indio ha debido conservar siempre, ante los juegos y cam- bios de la vida, esa actitud de que habla Hamlet: As one, iñ suffering all, that suffers nothing, y de la cual encontramos hoy mismo señales evidentísimas en el genio estoico y resig- nado del indio moderno. Y este también era el irrealizable ideal del Pórtico, entrevisto pero nunca alcanzado por el admi- rable genio helénico. Se necesita una grande experiencia en el manejo de las ideas para darse cuenta retrospectivamente de las condiciones de la inteligencia del indio a través de su actual depresión. Los aue benévolamente se imaginan que el indio, en los momentos de más alto florecimiento histórico, ha sido jamás lo que en lenguaje patológico-Lliterario se llama hoy un cerebral, se en- gañan demasiado. Su facultad maestra no hay que buscarla en esa dirección, y por consiguiente una pedagogía sabia iría ca- mino tuerto si se empeñase en semejante camino.