EDUARDO CALDERON LUGONES Lo conocimos hace veinticinco años tal como seguía siendo cuando se murió. Lo raro es que mu- riese precisamente Eduar- do, alguien destinado a esa supervivencia que es- peramos de todo cuanto nutre nuestro espiritu y alegra el alma. La figura de Eduardo era tan fami- liar y querida para quie- nes lo conocíamos, como pueden ser las Alacitas, la calle Evaristo Valle, el Montículo, la plazuela Bel- Zu, O las “llauchas” para quienes aman esta ciudad. Este hombre superior era bueno y sencillo como el pan. Tocaba el violín de una manera tal, dándose tales libertades, que el propio inventor del instru- mento seguramente no to- caba de tal manera. Y su modo de hablar era muy estraño, gutural, y pronun- ciaba las “eres” con una especie de detleite, así que llegaban a zumbar en las orejas como el vuelo de un moscardón. Y de es- ta suerte, nosotros no po- díamos resistir la tenta- ción de remedarlo —a ve- ces descaradamente por obra y gracia de unas co- pas—, y sin que él se die- se por ofendido, como ha- bría sido el caso de cua- lesquiera de esos señores solemnes y cautelosos metidos a artistas, sino que se reía de buena gana. Pues Eduardo era un artis- ta verdadero y tenía un profundo sentido del hu- mor. Según su opinión. “el charango era el más gualaicho de los instru- mentos”. Sin embargo sa- bía ser cáustico en sus conceptos, y lapidario mu- chas veces. Por bondado- so que fuese, no era con- temporizador niservi 1. Eduardo era orgulloso y al par humilde. Un hombre cabal. Hacia fines del año pa- sado asistimos a un con- cierto de la Orquesta Sin- fónica Nacional, y nos dio mala espina el no verlo, ni en su antiguo puesto, en la fila de primeros o en la de segundos violines, ni tampoco en la galería... Y luego no lo vimos en las calles, ni en ninguna otra parte, tan siquiera “para tomar una cerveza a la rápida” (cual solía de- cir él, haciendo zumbar las “eres”). Pues es malo eso de postergar cierta visita al amigo, a sabiendas de que no-se lo verá más —y es ésa la visita que uno —Dios sabe por qué— ha- bía decidido hacer tan so- lamente cuando ya era de- masiado tarde. J. S.