trata no de una sal, sino de ácido salicílico), una sal de este género, no tle- ne más que un instante único para nacer y desa- rrollarse, aquel en que la laminilla de cristal surgi- da de la madre agua, for- ma el punto donde se de- positarán las otras lamini- llas, por lo cual, el cuerpo geométrico crecerá más o menos aprisa y alcanzará un tamaño más o menos considerable, esto poco importa, la menor de es- tas formaciones es tan perfecta como la mayor, y la historia de su vida se ha terminado con el naci- miento de la laminilla; sin embargo, continúa duran- do a través de los tiem- pos, como las pirámides, millones de años; quizá el tiempo es una cosa exter- na, y no está incluído en ella, quiero decir, que ella no envejece; es una pe- rennidad muerta, desde el momento en que no está dotada de vida temporal y que le falta, para cons- truírse, la capacidad de destruírse, y para formar- se, la facultad de disolver- se: dicho de otro modo, no es orgánica. A decir verdad, los minúsculos embriones de cristal no son puntos geométricos, no son aristas vivas y su- perficies planas; son re- dondos y semejantes a embriones orgánicos. Mas la analogía sólo es aparen- te, pues el cristal es todo estructura en su origen, y la estructura es luminosa, diáfana, bonita de mirar. Solamente hay una paja: es la muerte, o el encami- narse hacia la muerte, que para el cristal va junto a su nacimiento. Supresión de la muerte, eterna ju- ventud; he aquí lo que se vería si la balanza guar- dase el equilibrio entre la estructura y la ruina, en- tre la construcción y la disolución. Pero la balan- za no se inmoviliza; des- de el principio, también en el organismo, es la construcción que se la lleva. Nosotros nos cris- talizamos y duramos, só- lo a través del tiempo, igual que las pirámides. Duración estéril, supervi- vencia en el tiempo exte- rior, sin evolución Inte- rior y sin biografía. Cier- tos animales duran de es- ta forma, una vez termi- nada su estructura y su desarrollo. Los fenóme- nos de la nutrición y de la reproducción no se re- piten entonces más que mecánicamente, siempre idénticos, como los depó sitos de cristal, todo el tiempo que les queda de vida, han alcanzado su fin. Así, los animales, mueren pronto probable- mente porque encuen- tran el tiempo largo. No soportan mucho el teér- mino de la evolución y la llegada que, en fin de cuentas, es un estado de masiado fastidioso. Esté- ril y fastidiosa hasta la muerte es, hijo mío, la existencia que se integra en el tiempo, en lugar de integrar el tiempo en ella y de modelar su propio tiempo, el cual no corre directo a la realización, sino que forma un círcu- lo cerrado sobre él, siem- pre al fin y siempre al principlo; esto sería una existencia eficiente, y obrando en sí y sobresi, si bien el llegar a ser y el ser, el esfuerzo y la obra, el pasado y el presente, sólo formarían una sola cosa, y así se crearía una duración que sería, a la vez, ascensión continua. elevación y perfección. He aquí un comentario al margen de esta visión lu- minosa; excúsame este discurso didáctico”. (Palabras de Goethe a su hijo, en Carlota en Weimar, de Thomas Mann).