der, pero también buscaba algún lugar donde la gente fue- se comprensiva: por eso había recorrido el mundo. Pero tan sólo ahora se daba cuenta de que él era un loco; pues el mundo está lleno de seres cuerdos, y estos son los menos indicados para comprender a los locos. El pobre hombre no podía comprender que el progreso estaba antes que todo. Su desilusión y amargura prove- nían de un constante enfrentarse con la actitud que todos asumen ante la idea de lo moderno. Todos eran mucho para él. Su voz era débil, y se perdía en el silencio. Ya al anochecer regresó a su cuarto. Daba cortos pa- sos de aquí para allá, y de rato en rato se miraba en el espejo, haciendo movimientos negativos con la cabeza, al no poder comprender el que pudiese existir un hombre como él. Y pensaba: “ ¿Qué sería lo que me hizo pensar que aquí podría encontrar la salvación? Tal vez el que me hayan dicho que, aunque en esta ciudad los hombres te- nían algún parecido a los de las otras ciudades, sin em- bargo estaban todavía muy a la zaga de la civilización. Sí; pensé que por ese atraso quedaría algo humano; pero la animalidad es tan poderosa, que arrasa con todo vesti- gio de humanidad. Además, los pobres tienen puesta su admiración en aquellos que juegan con su vida, de quie. nes también han aprendido a repudiar sus propias tradi- ciones y sus propias maneras, para quedarse boquiabier- tos ante el socialismo o modernismo exhibidos por los sa- bios y por los doctores de las grandes ciudades, esos, que en resumidas cuentas no son más que unos infelices”. Se miraba las manos, y recordaba los parques que buscaba en la redondez del mundo, allá, donde pasaba lar gas horas de soledad. Eran siempre solitarios y abando- nados; eran como él. Se miró otra vez en el espejo, y su propia mirada lo hizo estremecer; torció la cara con una mueca de repul- sión y lueo, dirigiéndose lentamente hacia la silla donde estaba la maleta, ahora extrajo una navaja, que guardó en uno de sus bolsillos. En un papel escribió: “Para cualquiera”, y lo metió en la maleta. Salió a la calle y, después de caminar un largo trecho, se internó en un parque. Dos nubes oscuras, cargadas de presentimientos, ocultaban la luz que él pronto encontraría. Y uno, entre muchos de los árboles, mecía sus ramas al compás de milenarios sones que estaban por desaparecer. — TO Y LA A NACE a C-