UN LOCO Por David Pringle Franck Y por vivir, perder lo que es la razón de ser de la vida. —dJuvenal El tren produjo un largo chirrido al frenar. Por sus luces, que encandilaban al público, poníase término a un largo compás de espera. La gente se movió al unísono, mezclándose con los viajeros que al mismo tiempo descen- dían del tren. Surgió del tumulto un hombre, caminó un corto trecho y se detuvo, a mirar como con pena el pena- cho de humo que salía de la locomotora y que se con- fundía con las tinieblas de la noche. Cubierto con un abrigo negro, y llevando en una de sus manos una pequeña maleta, salió de la estación para internarse por estrechas y oscuras callejuelas. Por su andar decidido se hubiera creído que se en- caminaba hacia un punto determinado; pero en su vaga mirada, que paseaba de un lado para otro, podía verse que buscaba algún lugar donde pasar la noche. Después de caminar muchas cuadras se detuvo ante una vieja casa, al lado de cuya puerta se veía un letrero en el que se anunciaba el alquiler de piezas a precio mó- dico. La puerta estaba abierta y el viajero tuvo la impre- sión de que ésta lo esperaba desde hacía mucho tiempo. Tomó una pieza, a la cual fue guiado por una señora, gorda y lenta, la cual, después de abrir la puerta, le en- tregó la llave y desapareció. El hombre, no bien se quedó solo, puso su maleta sobre una vieja silla y, sin quitarse la ropa, tendióse sobre la cama y se quedó dormido. Despertó con el ruido de unos golpes, los que segu- ramente provenían de la habitación contigua. Luego, por el rumor que se suscitaba en la calle, dedujo que la ma- ñana ya estaba avanzada y se levantó. Ya en la calle, anduvo lentamente, y al cabo de unas cuantas cuadras se detuvo en una esquina y allí se quedó, contemplando el paso de la gente. Después de largo rato, vio un viejo que pasaba por su lado, y acercándosele, de pronto le dijo: —Disculpe si le quito su tiempo. Yo vengo recorrien- do muchos lugares; casi puedo decir que conozco el mun- do, y quisiera preguntarle algunas cosas que son definiti- vas para mí. Claro que usted no tiene que preocuparse, y solamente espero no molestarlo con todo esto. —No es ninguna molestia; pregunte lo que desée —respondió el viejo. —hHe oído decir que aquí están atrasados en muchas cosas... Y que no disponen de lo que en otras partes es pan de cada día, como por ejemplo, las bombas atómicas y otras cosas por el estilo. —pPor supuesto, estamos tan lejos de todo eso que me resulta sumamente gracioso el que usted me lo pre- gunte. Pero..., ¿usted cree que a la falta de esas cosas se le pueda llamar atraso? —lYa lo creo! La falta de todo eso se llama atraso. —¿No le parece estúpido el que la humanidad ponga todo su esfuerzo en perfeccionar toda clase de artefactos mortíferos, y que miles de seres estudien día y noche la manera de destruír este pobre globo en forma rápida y económica? Además, yo creo que estará usted de acuerdo 7 | |