RECORDACIÓN FLORIDA 67 veía a cada paso muchas embajadas, regalos y aga- SB._]OS del rey de Cachiquel o Goathemala; pero se temía, escarmentado, no fuese esto lo suced1do con el rey, caciques y embajadores convidantes para el pueblo de Utatlán, experimentado ya en el voltorio natural de los indios, que había experimentado des- de México. Mas no pasaban estas -cosas sin emu- lación de aquel caudillo, que no le contradijesen algunos capitanes, de aquellos que marchaban a la frente, y entre ellos Gonzalo de Ovalle, que desea- ba, y quería mandarlo todo. Porque era temeridad, (decía) quererse empeñar más en su marcha, a vis- ta de tantos escuadrones armados, que iban dejan- do a las espaldas, de quienes podían ser cortados, y cojidos en medio, no sería fácil escapar con las vidas. No hay que admirarse recelasen los que en la ciu- dad y corte de Utatlán, acababan de verse en tan- to peligro, por confiarse en la falsa palabra de los indios. Pero don Pedro de Alvarado, que escrutaba en la arcanidad de su pecho aquellos propios re- celos, porque también, yendo muy sobre sí, lo ad- mitía todo, les proponía, sagaz, para aliviar sus te- mores: que él arriesgaba tanto en aquel trance, co- mo los demás; pero que debía adverttr, que ni era razón para dar a entender se recelaban, ni que se pudiese temer traición de los que sin emboscada, se mostraban armados, y manifiestos, sin acometer, que otra que no fuese el de hacer tradición, sería el motivo de aquellos escuadrones armados. Con estas dudas, acompañadas de prudentes rece- los, caminó el capitán D. Pedro de Alvarado, mucho trecho de aquel pais, hasta que, encontrándose y dan- do vista a la comitiva del rey Zzinacan, que lo era de Goathemala, y dominaba la generación de los Ca- chiqueles que venía a encontrarlo, en sus andas ador- nadas de plumas de quetzal y piedras de oro, se