— 60 FUENTES Y GUZMÁN grientos efectos, en las muertes y derramamiento de sangre que se había hecho, aceptó las paces prome- tidas por ellos en nombre de sus pueblos; y la ma- ñana siguiente, al despuntar el día partió con su ejército, convoyado de los embajadores de la corte de Utatlán, que entonces lo era del rey Chignahuru- celut. Pero entrando a aquella gran ciudad, re- pararon los españoles que iban a alojar a una casa fuerte, que tenía dos puertas, que la una de ellas tenía, antes de entrar en la ciudad, para introducirse por ella, veintincinco gradas, y que guiaba a la otra puerta una calzada muy mala y por dos partes des- hecha, que era tránsito de una ciénaga; las casas muy apiñadas, con las calles muy estrechas, y que por todas ellas, ni dentro de los habitables, no ha- bía mujeres ni niños; que no les proveían del bas- timento necesario, y que los caciques y Ahaguaes, en los parlamentos que les hacían, estaban como tur- bados y confusos, y los semblantes demudados. Así corrían las cosas de aquel aleve pueblo, cuando unos indios quetzaltecos, con leales corazones, dieron avi- so al Adelantado, de como los de Utatlán los que- rían quemar, aquella noche, dentro de aquella po- blación; descubriéndole juntamente, la celada preve- nida de los guerreros de las barrancas, para que al tiempo de incendio de aquellas casas, juntándose con los incendarios del pueblo, éstos que eran nu- merosos y los de las emboscadas cogiéndolos en me- dio cuando los juzgasen desarmados y ciegos con el humo, pudiesen quemarlos vivos. Pero la grandeza del corazón de D. Pedro de Alvarado, sin perder tiempo, en ocasión de tan no- torio peligro, mandó a sus capitanes, manifestán- doles su riesgo, que, tocando a recoger, sin dilación alguna tomasen la vuelta de la campaña; y ejecu- tado el orden, salieron a buena diligencia a una