30 — FUuENTES Y GUZMÁN Pero habiéndose dado estos Tultecas, con gran- dísimo ahínco, a la religión y culto de sus falsos dio- ses, de que fueron observantísimos, según la costum- bre de sus ritos; sobre esta veneración de sus falsas deidades, parece que en sus leyes cargaron más la ma- no de la crueldad de ellas, cuyas ejecuciones eran irremisibles, y sobre el cumplimiento de estas orde- naciones se desvelaban con severa atención. Y así, el hurto de las cosas sagradas, profanación de los ado- ratorios, o desacato a los ministros o Papaces de los ídolos, se castigaba con dura mano, despeñando al reo y todos los de su familia quedaban en la línea de infames y en esclavitud perpetua. Mas siendo la irreverencia leve, quedaba esclavo el reo y sus hijos; y por la reincidencia pasaba la esclavitud a compren- der a todo el calpul, que es un linaje, y a la tercera vez moría despeñado. El simarrón, que era el que se huía, y ausentaba del dominio o señorío de su dueño, pagaba su calpul por él, cierta cantidad de mantas, y reincidiendo en la culpa era condenado a muerte de horca, procu- rando siempre que todos estuviesen sujetos y obe- dientes. La mujer que enviudaba, si quedaba moza no ha- bía de quedar libre, y suelta del yugo de aquel género de sus matrimonios, porque el marido la ca- saba de su mano con hermano o pariente cercano de él, y los hijos de éstos casaban con los parientes de la madre; juzgando que, porque ella salió de la casa de sus padres, ya no era pariente de aquel cal- pul; y hasta hoy, en sus propios parentescos, no sa- ben hacer distinción, y generalmente todos los del calpul se llaman hermanos, sin explicar otro grado. Todo lo más que se contiene en este género de leyes, trae mucho que considerar, porque algunas de ellas convienen con la razón, y otras consideramos